Los peligros de exponer a los niños en internet


Ser padre es algo maravilloso, único. Un acto que tiene origen en la necesidad egoísta de tener un legado vivo pero que se transforma en pura entrega y generosidad, una vez que esa “personita” se vuelve algo tangible.

Entendiendo, pues, que el sentimiento paternofilial es infinito, conviene saber que no se es propietario de los hijos sino responsable de ellos, por tanto los progenitores deben cuidar y proteger a sus hijos hasta que, al menos, estos tengan 18 años y por lo tanto velar, entre otras cosas, por sus derechos.

Si bien es cierto que los derechos de los niños están perfectamente descritos en la normativa nacional vigente (Ley Orgánica 1/1996, de 15 de enero, de Protección Jurídica del Menor), existe un vacío legal en la regulación de la presencia de los menores en las redes sociales, dejando en manos del sentido común de sus padres y educadores, el buen o mal uso de su imagen y su derecho al honor y la intimidad.

El problema es que el sentido común de los padres queda, en muchas ocasiones, anulado por el inmenso orgullo de haber traído al mundo al ser más inmensamente maravilloso, inteligente, mágico y divino de toda la historia del universo y, claro, eso hay que compartirlo como sea y es aquí donde la tecnología juega un perverso papel (entiéndase la ironía).

Con el smartphone siempre a mano (siempre), es muy fácil documentar cualquier avance, o no, de la existencia del niño:

A estas alturas la foto del niño está en manos de muchos desconocidos (muchos). Una realidad tan sorprendente como peligrosa porque nadie, en sus plenas facultades mentales, regalaría jamás una foto de su hijo a un extraño. En cambio, poner la foto en el perfil de WhatsApp, o enviarla o publicarla en una red social, no entraña ningún peligro porque todos y cada uno de los contactos del smartphone o de redes sociales tiene el certificado de buena persona (vuelva a entenderse la ironía). Un certificado al que se le escapan algunos datos como que el 1 % de la población mundial tiene un perfil psicopático y que 45.155 personas no pueden trabajar con niños, en España, por delitos relacionados con la pederastia.


En este punto cabe mencionar la teoría de los seis grados de separación. Según la cual, todos los seres humanos estamos conectados por apenas seis grados, es decir, que un amigo (1º), tiene un conocido (2º) y éste a su vez tiene otro amigo (3º) que conoce a uno (4º), entonces éste uno tiene un primo (5º) que es muy, pero que muy amigo de un tal Joaquín Benítez (6º) que había trabajado, como profesor de gimnasia, en Los Maristas Sants-Les Corts de Barcelona y que ahora cumple condena por abusar de sus alumnos. El ejemplo, puede parecer exagerado, pero es así como se distribuye mucho del material pedófilo del que hacen uso este tipo de delincuentes.

Dejando a un lado el evidente peligro al que se expone a los niños al difundir sus fotos en internet, existe otra cuestión mucho más frívola pero incuestionablemente real y es que salvo que un crío camine sobre las aguas, interprete la Sinfonía n. 10 en Mi menor, Op 93, de Dmitri Shostakovich o resuelva la teoría de cuerdas, sus “hazañas” no impresionan a nadie, a excepción de padres, abuelos y tíos con vínculo de consanguineidad. En serio, a nadie. Porque aunque cada padre crea que su hijo es el más guapo y listo del universo, una vez que éste cruza la puerta que limita su hogar con el mundo exterior, comparte “título” con el resto de los niños, también los más guapos y listos, a los ojos de sus padres.

Un ejemplo de esto es la cantante Beyoncé, que compartió una foto de su hija Blue Ivy cuando ésta tenía 4 años y la foto recibió cientos de comentarios negativos, insultando a la niña por su aspectico físico. Una crueldad por la que ningún niño debería pasar. Algo que su madre, como tantas otras famosas, pasó por alto en pos de conseguir likes, notoriedad o algún acuerdo publicitario. Porque cuando una famosa hace sharenting o, lo que es lo mismo, sobreexpone a su hijo en redes sociales lo hace por DI-NE-RO, no por generosidad con los seguidores.

Pero esto no es todo: Si al compartir fotos de los niños en internet se vulneran sus derechos al honor, a la intimidad y a la propia imagen y, además, se les expone a las críticas y comentarios de desconocidos también se les está inculcando un mal uso de las pantallas. Documentar, constantemente, con el smartphone, su cotidianidad, dotará al dispositivo de un protagonismo, dentro en la unidad familiar, que supondrá, a corto y medio plazo, un grave problema a la hora de gestionar la relación del niño con las pantallas. Por lo tanto, no exponer a los hijos en internet también es una cuestión de educación y valores.


Los otros grandes implicados, en la gestión de la imagen en internet de los menores, son los centros escolares. Pese a que no existen unas directrices claras, por parte de las Consejerías de Educación y están legitimados para el tratamiento de datos personales de sus alumnos, debido a su función académica, es necesario que padres o tutores den el consentimiento expreso por escrito, para difundir imágenes de sus hijos en actividades educativas, dentro o fuera del aula. En cualquier caso, existen formas de obtener instantáneas de los niños sin que aparezcan sus rostros y sin sacrificar el contenido o mensaje de la imagen.

Toda esta información podría resumirse en una única frase: No se trata de vivir con miedo, sino de vivir con responsabilidad. Obviamente existen peligros, dentro y fuera de internet, pero si se trata de niños, sus intereses deben prevalecer, siempre, en cualquiera de las decisiones que sus responsables deban tomar sobre ellos. Por lo tanto, puesto que la edad legal nacional para abrir un perfil en redes sociales es 14 años, habría que permitir que cada individuo pudiera decidir sobre el uso de su imagen, siempre, por supuesto, bajo el asesoramiento y supervisión de padres o tutores hasta que cumpla la mayoría de edad.

Los niños tienen derecho a crecer en un entorno seguro, porque “la infancia es destino”.




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